"A finales de 1876, el profesor Franz Boll (1849-1879) descubrió que la capa externa de la retina posee un color púrpura. Halló que esta superficie se blanqueaba al ser expuesta a la luz, pero retomaba su color original en la oscuridad. Este color púrpura, que Boll llamó sehpurpur (púrpura del ojo), desaperece inmediatamente después de la muerte"

sábado, 23 de marzo de 2013

Interludio IV

Hace tiempo conocí a un hombre que caminaba de aquí para allá todos los días. Se levantaba temprano, cogía su mochila, y salía a prisa de su casa. Le interesaba apurar el paso para poder llegar a tiempo a su destino y realizar todos los trabajos que le eran encomendados. En su pequeña mochila guardaba una bufanda, un par de alas de juguete y un bolígrafo enganchado a la espiral de la libretita donde apuntaba todo lo que se le ocurría al cabo del día. De camino a casa se figuraba volando con aquellas alas de juguete, y a mitad del trayecto anotaba alguna de sus impresiones. Cuando oscurecía se abrigaba con la bufanda y volvía a apuntar en su libreta: “...si lo que ha dejado de vivir ya no existe, y lo que nunca ha existido no puede imaginarse, compartamos en silencio el recuerdo de aquello preciado que aún vive para que exista permanentemente en nosotros...”.

jueves, 7 de marzo de 2013

Una señal segura

Unos cuantos niños durante el tercer o cuarto curso de Educación Primaria manejábamos una antología de textos repleta de espléndidas ilustraciones a todo color. Nos estábamos familiarizando con la palabra escrita y su lectura en voz alta, pero la comprensión de aquellos textos iba ineludiblemente ligada a la lectura de la imagen que figuraba al lado de cada párrafo… Lo primero que acaparaba mi atención era el dibujo. Podía permanecer la mañana entera escudriñando cada trazo y cada matiz, mientras que al intrincado juego de descifrar un texto poco apetecible apenas le dedicaba unos segundos, (los necesarios para leer cuatro o cinco líneas en voz alta…). Años más tarde recordaría a la perfección muchas de esas imágenes pero sería incapaz de relacionarlas con texto alguno. Precisamente, una de esas imágenes imborrables consistía en una ilustración minuciosa en blanco y negro que mostraba una gran mansión deshabitada y sus alrededores… Resultaba chocante dar con aquella página sin colores brillantes, sin animales sonrientes ni princesas ni castillos ni bosques encantados… Tan solo un dibujo en blanco y negro enmarcado con una gruesa línea negra, y todo un mundo por descubrir… A veces jugaba a encontrar aquella página del libro con los ojos cerrados y cada vez que la encontraba, después de veinte intentos, me sorprendía al verla como la primera vez. Y buscaba, aunque ya conocía la solución al enigma, detalle a detalle, algo nuevo e inesperado. El humo de la chimenea fue revelador, pero no me detuve ahí. Con el paso del tiempo, una cosa me llevó a la otra, como en una novela de detectives, y al fin conseguí dar de la manera más inesperada con las Aventuras de La mano Negra, el libro que aglutina casi un centenar de imágenes similares a la de aquella antología de lecturas infantiles… 


- ¿Alondra se escribe con h o sin h? –murmuró. 

- Eso depende de si es gris o verde –contestó Adela, y se echó a reír.

- Yo, naturalmente, pienso en un pájaro como el de arriba, en el… ¡Caramba! ¡No es posible! – Rollo limpió el cristal de la ventana.

- ¿Qué no es posible? –preguntó Félix. 

- Que ahí enfrente viva alguien –contestó Rollo-, ¡pero si la casa está vacía desde hace tres años!

- Pero si todo el mundo sabe que en el chalé de enfrente sólo viven unas cuantas ratas -exclamó Kiki c. a.-. Mirad, las ventanas y las puertas están atrancadas.

-Déjame ver -Adela apretó la nariz contra los cristales de la ventana. Después de un rato dijo-: Yo creo que Rollo tiene razón, realmente en esa casa vive alguien.