"A finales de 1876, el profesor Franz Boll (1849-1879) descubrió que la capa externa de la retina posee un color púrpura. Halló que esta superficie se blanqueaba al ser expuesta a la luz, pero retomaba su color original en la oscuridad. Este color púrpura, que Boll llamó sehpurpur (púrpura del ojo), desaperece inmediatamente después de la muerte"

viernes, 15 de junio de 2012

Ars longa

Caminando por los pasillos de un colegio me di de bruces con este cartel: 

Hubo un tiempo en que los entendidos en Comportamiento Humano aconsejaban que tuviésemos siempre a mano una frase que nos animase a perseverar en momentos de zozobra… Decían que era muy positivo escribir para uno mismo, en una lámina de papel más o menos pequeña, una frase alentadora que nos motivase nada más fijar nuestra mirada en ella. Creyendo en el poder de sugestión de la palabra escrita, rellené cientos de folios durante mi adolescencia, pero al final sólo colgué un mensaje en la pared: Ars longa, vita brevis. 

Al observar este cartel realizado por alumnos de un colegio de primaria, siento la necesidad de volver atrás en el tiempo y forrar con cartulinas las paredes de mi adolescencia. Pintar un corazón grande y rojo en el centro y rellenar las letras con rotulador azul. Porque, después de todo, sólo era cuestión de caminar.

lunes, 11 de junio de 2012

Azul místico IV

"(...) El pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamaba así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.
Ello no fue un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué, cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, y nos respondía sonriendo con cierta amargura:
-Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro; por consiguiente...
(...) A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.
Andaba por los bulevares; veía pasar indiferente los lujosos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al escaparte de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras, husmeaba y, al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envidioso, arrugaba la frente; para desahogarse, volvía el rostro hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros, conmovido, exaltado, pedía su vaso de ajenjo, y nos decía:
-Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad..." 
Rubén Darío