"A finales de 1876, el profesor Franz Boll (1849-1879) descubrió que la capa externa de la retina posee un color púrpura. Halló que esta superficie se blanqueaba al ser expuesta a la luz, pero retomaba su color original en la oscuridad. Este color púrpura, que Boll llamó sehpurpur (púrpura del ojo), desaperece inmediatamente después de la muerte"

lunes, 9 de diciembre de 2013

Los riesgos de la infoxicación (Tercera parte)

Se veía venir. 
No hace falta saber demasiado: sólo con ser un poquito observador uno detecta el problema de lejos… 
Ahora lo llaman nomofobia, neologismo formado por la expresión no mobile phone phobia… En fin, hasta el nombre suena mal. Tener miedo a salir de casa sin el móvil, o a que se le agote la batería en el momento menos indicado, o a perderlo con todo su universo virtual dentro. Depender patológicamente de un aparatito que hasta hace bien poco sólo servía para llamar y mandar mensajes breves... Son los vicios del siglo XXI, las nuevas adicciones que se ceban en adolescentes inseguros y niños malcriados… Los nuevos yonquis de la realidad online. ¿Quién no se ha fijado en esos grupos de tres o cuatro chavalitos aparentemente majos que permanecen sentados en la mesa de un bar sin dirigirse la palabra? ...esos que únicamente miran a sus teléfonos móviles y toquetean compulsivamente la pantallita, entretenidos, -muy entretenidos-, en sus cosas virtuales. Me llama la atención el asunto. ¡Realmente es fascinante! Puedo imaginarme el futuro… (aunque no me interese). 
Esta nueva adicción, esta estúpida dependencia a un aparato portátil, ligero, que te informa y evade de todo, que consume energía, tiempo y dinero, está y seguirá estando socialmente aceptada porque es la inmensa mayoría (o esa minoría ruidosa) la que la padece. Así de simple. Todavía quedan algunos, bastantes, –me consta–, que conservan esos móviles con los que únicamente puedes llamar y enviar sms’; son los que se resisten a ser imbuidos por la manía de tener que estar permanentemente "disponibles" con la bombillita en verde… (¡eh!, sí, estoy aquí, ¡hazme caso que me aburro!). También los hay que, aun teniendo ese magnífico teléfono inteligente, son capaces de prescindir de él en determinadas ocasiones o, sencillamente, silenciarlo para ignorar por un tiempo que están permanentemente localizados y disponibles para entablar cualquier tipo de conversación con cualquier tipo de persona… (Brindo por ellos).

Se suele decir que el aparato en sí no es el culpable, sino el mal uso que se hace del mismo. Y es cierto, como todo, (o casi todo). Quizá el quid de la cuestión sea entender cuándo una persona es lo suficientemente madura emocional e intelectualmente para saberle dar un buen uso a algo potencialmente adictivo.
Probemos a enseñarle a fumar a un niño de nueve años y preguntémosle después de un tiempo si ha sabido darle buen uso a las cajetillas de tabaco que le hemos suministrado mensualmente… ¡Ah!, pero, no, claro: el tabaco en sí es malo, luego, no sirve como analogía. Probemos con otro objeto potencialmente adictivo... (Se admiten sugerencias).

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