Cuatro es el número que cuelga en su pared: un cuatro de trazos gruesos y rojos, como alertando o incitando a la acción.
Ya lo pensaron los sabios… y ahora lo constatan experimentos almacenados en imágenes computarizadas… (más de cuatro es multitud). Hay un punto en la vida en que es preciso sentir y amar el límite, amar cada una de las posibilidades limitadas en número y forma que nos brinda esta especie de destino semideterminado. Para llegar a puerto y rebasar la curva del número dos solo tengo que fijar mi vista en el horizonte y emprender la marcha. (Hasta que no perciba el cansancio, –piensa–, no determinaré si he avanzado).
(…)
Han pasado más de diez días y aún sigue en movimiento. La determinación dio paso al cansancio y con el cansancio pudo determinar que estaba avanzando. A cada paso que daba comprendía con mayor exactitud en qué consistía su vida. Al principio sintió el vértigo; luego asumió el error de cálculo y, finalmente, se creyó un proyecto inacabable. Supo entonces que las ganas de ver nuevos horizontes le llevarían a puerto y que, inacabable, inabarcable, inefablemente, su vida habría tenido sentido.
2 comentarios:
Me quedo pensando con tus entradas sin saber muy bien si las lecturas que yo les doy son las correctas o no. No me atrevo a dejar un comentario por temor a hacer el ridículo más espantoso aunque estas letras sean una contradicción.
Hay momentos en los que es necesario contar hasta tres (o hasta cuatro) y echar la vista atrás. Todo es finito e inabarcable. Eso es lo bueno.
(Y ahora a contar más números para demostrar que no soy un robot ;)
...quédate siempre con la lectura que más te guste o convenga: nunca harás el ridículo dejando tu comentario, al contrario: enriquecerás la publicación ;)
Gracias por leerme, M. Un abrazo
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