"A finales de 1876, el profesor Franz Boll (1849-1879) descubrió que la capa externa de la retina posee un color púrpura. Halló que esta superficie se blanqueaba al ser expuesta a la luz, pero retomaba su color original en la oscuridad. Este color púrpura, que Boll llamó sehpurpur (púrpura del ojo), desaperece inmediatamente después de la muerte"

viernes, 17 de octubre de 2014

My own Recipes (nº3)

Busca la corrección en lo irreparablemente imperfecto. 
(Otra de las paradojas del ser humano).

1. Hay cosas que se nos asignan casi desde el momento en que nacemos (no quiero caer en el determinismo eximente o en el victimismo desalentador) y que poco o nada podemos hacer a lo largo de nuestra vida para modificarlas o procurar su perfeccionamiento. 
2. Hay otras cosas que torpemente fastidiamos a lo largo de la vida y que poco o nada podemos hacer para corregirlas una vez se tuercen. 
3. También hay otras cosas que se nos estampan en toda la cara en un momento dado de la vida y que poco o nada podemos hacer para modificarlas o eliminarlas de un plumazo.

Hay circunstancias que tristemente no podemos "salvar" porque nos superan en naturaleza, tamaño, fuerza, complejidad... Estas tres generalizaciones expuestas sirven de ejemplo. No obstante, más frecuentemente de lo que desearíamos, nos focalizamos en ellas como si fuéramos grandes mentalistas y pudiésemos hacer magia de la buena para cambiarlas. El fin último de este empeño se me revela en forma de intuición: nada de lo que hacemos –de lo que inventa la mente humana– es gratuito (según las últimas estimaciones cerebrocentristas), todo tiene su razón de ser aunque vaya radicalmente en contra de nuestros ideales de belleza y bondad, o de nuestro anhelo (mucho más racional que emocional, si me permiten esta falsa dicotomía) de felicidad. Seguro que quien esté leyendo estas líneas también lo sabe. Todos podemos intuirlo porque es connatural al ser humano: el movimiento es generado (casi siempre) por un estado permanente de insatisfacción

Simplificando casi pornográficamente una cuestión tan delicada, podría decir que la insatisfacción es esa implacable sensación que a muchos eleva hacia la cumbre y a otros arroja hacia un abismo infinito y sin red. Los elevados a menudo se nos presentan como modelos de conducta, seres míticos que son aclamados por la gran minoría fluorescente y ruidosa. Los arrojados, sin embargo, no se nos presentan porque están lejos de la visibilidad, aunque, paradójicamente, tendrían mucho más que enseñarnos que los elevados. (Establezco esta comparación antitética sin ningún rigor ni meticulosidad, con el único fin de elaborar una metáfora visual y manejable). Entre los elevados y los arrojados está (¿estamos?) la inmensa mayoría de los mortales, unos más ruidosos que otros, pero, en suma, seres adaptados a su circunstancia, cuya insatisfacción es tolerable en dosis más o menos moderadas.

Simplificando deliberada y obscenamente una cuestión tan delicada, también podría decir que la insatisfacción, en una mente sin profundas heridas emocionales, hace caminar al cuerpo siempre hacia adelante; mientras que en una mente dañada y vulnerable, hace caer al cuerpo siempre hacia abajo.
[Añadir a este punto la variable circunstancial "exógena" de cada individuo aumenta de forma exponencial las posibilidades combinatorias que intento simplificar burdamente].

La insatisfacción no es como una aspirina, más bien es como un dolor de cabeza. La circunstancia es disponer o no de una aspirina, ser o no alérgico al acído acetilsalicídico, tener lengua para tragar la pastilla o saber que necesitas tomar una aspirina (entre otras múltiples opciones).Una cuestión fundamental es saber manejarse e incluso "mejorarse" pese al inconveniente sintomático; pero lo verdaderamente esencial es ser consciente de que el dolor de cabeza no es producido por la falta de aspirina.

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